Fútbol y globalización

GALDER REGUERA / DAVID S. OLABARRI

El origen del término “globalización” no está claro. Al parecer, era un término de uso común en los ensayos de economía que se publicaban en Estados Unidos a principios de los años ochenta. Sin embargo, se suele admitir al economista norteamericano Theodore Levitt como el padre del mismo. En 1983, Levitt publicó el ensayo “Globalization of Markets” en el que abocetaba las líneas generales del fenómeno de mundialización de las economías al que hemos asistido desde mediados de los años sesenta. Una mundialización con cuyas consecuencias, anunciadas por algunos como funestas, comenzamos ya a convivir. La pérdida paulatina de fuerza de los estados-nación, sobre todo en lo referente al control de la economía, en favor de las multinacionales es probablemente la mayor de ellas. La concentración del capital, la falta de alternativas al neoliberalismo económico, el auge de la economía especulativa frente a la “real”, el aumento de la precariedad laboral en los países de la vanguardia económica y del hambre en los menos desarrollados en este aspecto, etcétera, son otras de sus consecuencias.


La globalización es pues, como vemos, un fenómeno esencialmente económico. Sin embargo, hay “daños colaterales” en el ámbito de lo cultural. La homogeneización de las culturas es un precio que muchos no están dispuestos a pagar. Se señalan, en ese sentido, como consecuencias de la globalización, también la pérdida de identidades, idiomas, culturas. La extinción de determinadas lenguas y cosmovisiones, así, es hoy un problema tan urgente como lo fue en la época colonial. Pero a diferencia de aquella época pasada, la amenaza de la pérdida está vigente en los dos extremos de la ecuación. En este sentido, los movimientos migratorios masivos se han acentuado en las últimas décadas hasta el punto de convertirse en uno de las mayores preocupaciones de los habitantes de los países receptivos de inmigración, por encima en ocasiones del paro, el problema del acceso a la vivienda o el terrorismo, por ejemplo. Esto es algo importante, en la medida en que no sólo las identidades de los países económicamente más desfavorecidos se sienten en peligro, tal y como sucedía en la época colonial, sino que incluso los países económicamente más fuertes las diferentes identidades exigen su reconocimiento y sostenimiento frente al nuevo vecino.

Todos estos aspectos, económicos y culturales del fenómeno de la globalización también tienen su correspondiente, como no podía ser de otra manera, en el mundo fútbol. El término globalización es, sin duda, de uso corriente en los diferentes relatos que rodean al fútbol hoy día. Los problemas que se plantean al respecto de la globalización en el fútbol coinciden, en ese sentido, sucintamente con los que se plantean al fenómeno cultural de la mundialización. En el plano económico se habla de la monopolización del mercado por parte de las superpotencias futbolísticas y de la consecuente pérdida de nichos de mercado por parte de los clubes pequeños. En lo “cultural”, se testimonia la pérdida de las identidades particulares y la desaparición de los clubes más pequeños.

Este artículo tiene por objetivo, en este sentido, intentar esbozar un marco de comprensión de lo que el fenómeno de la globalización quiere decir cuando de fútbol estamos hablando, al mismo tiempo que intentar determinar las posibilidades y peligros que se abren debido al mismo. Intentaremos, pues, dar respuesta a pregunta de si, efectivamente, en los últimos años estamos atendiendo al cambio en el mundo del fútbol de una época identitaria a una marcada por las necesidades del mercado.


El nuevo marco del fútbol

Históricamente, el fútbol se ha jugado principalmente en las ligas nacionales. Las competiciones continentales eran un escenario secundario, más un premio extra de reconocimiento a los campeones locales que un objetivo necesario para los clubes. Así, la Copa de Europa era un campeonato que se reducía a dos, cuatro, seis u ocho partidos para cada club, dependiendo del éxito obtenido en las diferentes eliminatorias. Las televisiones, motor económico del fútbol por excelencia, se centraban más en la liga nacional, y los únicos partidos de la Copa de Europa que eran transmitidos eran aquellos en los que contendía algún representante local y, obviamente, la final de la misma.

Desde hace unos años, sin embargo, la Copa de Europa se ha convertido en una proto-liga europea denominada “Champions League”. A pesar de lo que su nombre podría parecer indicar, en ella no sólo juegan los campeones de cada país, sino los segundos, terceros o incluso cuartos clasificados, dependiendo del ranking UEFA que cada país ocupa. Además, se ha establecido un sistema de “liguillas” de cuatro equipos, a doble partido, que determinan los clasificados a octavos de final de la competición. De este modo, ya no son de dos a ocho los encuentros que cada equipo disputa, sino un mínimo de seis, y un máximo trece, si el equipo en cuestión llega a la final, e incluso a los diecinueve si el mismo equipo se ha visto obligado a disputar las rondas previas de la competición. Si esto lo analizamos no ya desde la perspectiva de un club, sino de un país, nos encontramos que, en el caso de España, por ejemplo, cada temporada hay un mínimo de veinticuatro partidos de Champions League en el que compiten equipos españoles.

Además, el interés de las televisiones no se limita ya a los equipos nacionales. Todas las televisiones europeas tienen los partidos del Real Madrid, Barcelona, Milan, Bayern de Munich, Liverpool, Manchester United o Chelsea como objetivo prioritario para sus programaciones. Las televisiones que adquieren los derechos de retransmisión de la Champions lo hacen tanto por el interés que sus espectadores tienen en la suerte de los equipos locales, como por el devenir de los grandes equipos europeos.

En este panorama, las ligas nacionales van perdiendo peso. Esto es algo que no sucede en las tres grandes ligas europeas –España, Italia, Inglaterra-, cuyos partidos se retransmiten en directo por televisiones de todo el mundo, y que se ve aún con cierta distancia en algunas de las medianas –Alemania, Francia-, pero es sin duda el mayor obstáculo con el que se enfrenta el futuro de la mayoría de las competiciones locales en el viejo continente. Las competiciones locales de países de tradición futbolística como Bélgica, Grecia, Austria, Serbia, Turquía u Holanda, son vistas por sus equipos más potentes como meros trámites necesarios para la clasificación a Europa la temporada siguiente. Anderlecht, Brujas, Olympiakos, Panathinaikos, AEK, Estrella Roja, Galatasaray, Fenerbahçe, Besiktas, PSV, Feyenoord o Ajax, habituados a pasearse por los campeonatos locales, tienen en la clasificación a la Champions su máximo –casi único- objetivo deportivo, en la medida en que, además, de ello dependen sus economías.

El fútbol se juega, pues, en Europa, donde está el capital, el dinero. Quien allí no llega sufre las consecuencias de encontrarse fuera del escenario, sea cual sea su relevancia histórica en el fútbol del viejo continente. La bancarrota que casi conlleva la desaparición del histórico Servette suizo –fundado en 1890 y con nada menos que diecisiete campeonatos de liga en sus vitrinas-, y que dio con sus huesos en la tercera división suiza, el descenso administrativo a segunda del Ferencvraros húngaro –fundado en 1899 y con veintiocho títulos de liga en su haber -la temporada 2006/07, o el remiendo de pegatinas de patrocinadores de escaso peso en el que se ha convertido la otrora preciosa camiseta verdiblanca del Rapid de Viena son ejemplos irrebatibles de que algunas identidades históricas del fútbol europeo están desapareciendo.

Mientras estos clubes están en peligro, cuando no definitivamente finiquitados, otros monopolizan el mercado futbolístico, tanto en lo que se refiere a los ingresos por derechos de televisión o marketing, como en lo referente al traspaso de jugadores. El denominado G14, con un paralelismo evidente con el G8 político, conformado en realidad por dieciocho equipos1, es el club de los ricos, el salón adornado con alegóricos frescos en el que todo club ansía ser algún día recibido. Este grupo de clubes se unió en 2000 –con catorce fundadores, de ahí su nombre- para defender sus intereses compartidos, frente a la FIFA y las selecciones nacionales. Su razón de ser principal es la de la lucha frente a la libre cesión de jugadores para los seleccionados nacionales que defiende la FIFA, así como el erigirse en interlocutores válidos en lo referente a la gestión de las competiciones. Su campo de batalla, según reza en su propia página web, es el de “la legislación laboral comunitaria, el patrocinio y los derechos televisivos y los derechos de propiedad intelectual”.

Pero incluso dentro del mismo G14 hay diferencias. Al contrario de lo que se pueda pensar, sus decisiones no son del todo democráticas. Según está estipulado en sus estatutos, “el número de votos de cada miembro se calcula en función de los títulos obtenidos en las tres principales competiciones europeas de clubes: la Liga de Campeones equivale a dos votos, mientras que la Copa de la UEFA y la antigua Recopa otorgan un voto”. En la práctica, esto se traduce en que Real Madrid y AC Milan, llevan la voz cantante frente a los demás en este órgano.

Con todo, el enfrentamiento del G14 con la FIFA y las selecciones nacionales, se muestra como un fenómeno paralelo al de la pérdida de poder de los estados nación frente a las grandes corporaciones en el mundo globalizado. Los clubes, empresas multinacionales, exigen el reconocimiento de su poder. El fútbol es suyo, los jugadores son suyos.

En este sentido, la consultoría alemana BBDO Consulting hizo público un estudio, en septiembre de 2007, en el que especificaba el “valor de marca” de los equipos más fuertes del continente europeo. Según esa lista, la marca más valorada es “Real Madrid”, con una estimación de nada menos que 1.063 millones de euros. Le seguirían el FC Barcelona, con 948 millones de euros, Manchester United con 922, Chelsea con 828 y AC Milan con 824. Aún cuando estas cifras no permitan competir de igual a igual, ni mucho menos, a estas empresas con las grandes corporaciones mundiales –Microsoft tiene un valor de marca de más de 62.000 millones de dólares, según un estudio de la consultoría Millward Optimor, mientras que la empresa que ocupa el puesto cien de esa lista, tiene un valor estimado de marca de más de 4.000 millones-, en su nicho de mercado, el fútbol, no encuentran rival. Esto es evidente en los presupuestos de cada temporada, en los que se contemplan ingreso a medio y largo plazo que dependen directamente de la estabilidad de la “marca”. Nadie puede competir contra estas grandes corporaciones del fútbol actual. Menos de la mitad de la mitad de lo que ellas gastan en pagar a sólo una de sus rutilantes estrellas, es para los demás el presupuesto completo.

Así, aún cuando sobre el papel se compite en igualdad de condiciones, once contra once, dos porterías, un balón, en la realidad las diferencias entre los pequeños y los grandes cada día son más insalvables. Ilustres históricos de ligas menores que antaño protagonizaban grandes gestas en las copas europeas sólo anhelan hoy, en el mundo del fútbol globalizado, poder ser goleados por estos rivales. Jugar frente a ellos es salvar el presupuesto.

Las cifras de los traspasos

En septiembre de 2007 la página web alemana Transfermarkt2 elaboró una tabla en la que se exponían los gastos e ingresos por compraventa de jugadores que en total habían realizado los equipos de cada liga europea y alguna de otro continente. Los resultados eran sorprendentes. Entre los veinte equipos de la Premier League, por ejemplo, sumaban nada menos que setecientos dos millones y medio de euros en gastos para adquirir jugadores, por algo más de trescientos treinta y cinco ingresados. En total más de trescientos sesenta y siete millones de déficit. En el lado contrario, nos encontramos con los equipos de la “Ligue 1” francesa que en total han tenido un beneficio por este concepto de ciento trece millones de euros –sumando ventas y restando compras- y los de la “SuperLiga” portuguesa, que han ingresado en torno a ciento diez millones.

Pero hay más datos significativos. Por ejemplo, es subrayable que los equipos de la Premier League han gastado en total casi cien veces más que los equipos de la liga suiza, treinta y cinco veces más que los de la liga belga, y diez veces más que los de la liga holandesa. La liga española no le va a la zaga. En total los equipos de la Primera División de nuestro campeonato gastaron entre los meses de julio y agosto de 2007 la friolera de quinientos veinticinco millones de euros, mientras que ingresaron doscientos cincuenta y tres. Sólo el Real Madrid, con ciento dieciocho millones de euros invertidos en jugadores nuevos para su plantilla, ha gastado más dinero que el resultante de la suma de todos los equipos de las primeras divisiones de Suiza, Grecia, Austria, Polonia, la República Checa, Bélgica, Dinamarca y Turquía juntas. Más dinero también que la mayoría de las ligas europeas consideradas por separado. Concretamente, ha gastado veinte veces más en jugadores que todos los equipos de la liga austriaca juntos y más del doble que el conjunto de todos los equipos de Portugal.

En esta tesitura, como vemos, parece imposible para los equipos de ligas menores competir con los de las llamadas grandes. Pero hay más cuestiones que subyacen a este fenómeno. Por ejemplo, si históricamente el sistema de traspasos de jugadores se limitaba, excepto en casos muy puntuales, a transferencias entre equipos de un mismo país, esto actualmente ha cambiado, a raíz de la llamada Sentencia Bosman, aprobada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea en diciembre de 1995. Tras esa sentencia se prohibió a las federaciones de cada país establecer un número limitado de jugadores con pasaporte comunitario en sus ligas a partir de la temporada 96/97. En la práctica, esto se tradujo en una ampliación del marco del mercado de transferencias de jugadores. Si anteriormente, el Real Madrid y el Barcelona, por ejemplo, compraban jugadores en su mayoría provenientes de equipos españoles, con lo que el dinero pagado por los mismos se movía en un circuito más o menos cerrado, sin fugas, en la medida en que a su vez, estos equipos, invertían el dinero recaudado en jugadores de terceros equipos españoles, desde la aprobación de la sentencia Bosman los gastos por traspaso generan decenas de millones de euros que anualmente salen de la liga española con destino al extranjero. Actualmente, la mayoría de los fichajes provienen de otras ligas -Francia, Alemania, Bélgica, Portugal, etcétera- y el dinero recaudado por los clubes de estas ligas, a su vez, es invertido en jugadores de terceros países. Los números hablan en este sentido. Desde la entrada en vigor de la sentencia Bosman, el Real Madrid ha gastado en jugadores provenientes de otras ligas la nada despreciable cifra de 594,60 millones de euros, mientras que ha vendido jugadores a otros campeonatos por un total de 229,05 millones. El FC Barcelona, por su parte ha gastado en el mismo concepto 476,50 millones, mientras que ha ingresado por transferencias internacionales 222,40 millones. En total, realizado el balance de compraventas internacionales de sólo los dos grandes del fútbol español, nada menos que 330,85 millones de euros han salido de nuestra liga con destino a otros campeonatos. Un dinero que, obviamente, no regresa.

La omnipresencia de la publicidad

En este sentido, las más importantes ligas de fútbol –Inglaterra, España, Italia y Alemania- se han convertido en poco menos que agujeros negros que necesitan periódicamente del ingreso externo de dinero para poder mantenerse. Este dinero procede principalmente de las televisiones y de los patrocinios de determinadas marcas comerciales que reciben los clubes por diversos conceptos. Entre estos conceptos uno destaca sobre los demás: la publicidad en la camiseta.

La camiseta de un club es el símbolo sagrado por excelencia para el hincha. Son sus colores. Mientras los dirigentes, jugadores e incluso el público, son elementos en devenir, los colores del club son una constante. Una constante matizada, en la medida en que cada año varía por necesidades de merchandising. Y es que la publicidad es actualmente omnipresente.

A mediados de la década de los setenta el entonces manager general del Leeds inglés, Don Revie3, tuvo la idea de fabricar camisetas “réplica” para la venta a los hinchas del club. A través de un acuerdo con el fabricante Admiral, se ejecutó la misma y pronto fue un éxito. Esto abrió dos caminos de negocio. Por un lado, el club ingresaba dinero con el producto estrella de merchandising. Pero, por otro, el fabricante se daba cuenta del valor de relacionar su marca y su logotipo con algo que tantas personas consideraban como suyo: la camiseta del equipo al que seguían. La táctica no tardó en ser seguida por otros equipos en toda Europa y comenzó una carrera entre las marcas de ropa deportiva por posicionarse en las camisetas de los clubes que más hinchada arrastraban. El siguiente paso natural se dio en 1977, cuando la marca de ropa deportiva Bukta situó su nombre en letras bien visibles en la camiseta del Hibernian escocés.

Pronto empresas de todo tipo vieron el potencial publicitario de las camisetas de los equipos de fútbol. Así, en 1978 el fabricante de automóviles Saab patrocinó al Derby County. Con una salvedad, el nombre del fabricante solamente aparecía sobre la camiseta en la foto oficial que el equipo. Durante los partidos, la camiseta permanecía limpia. No obstante, las objeciones a manchar la camiseta desaparecieron pronto. En 1979, en la histórica camiseta roja del Liverpool apareció, escrito con enormes letras blancas, el nombre de la compañía japonesa Hitachi. Año a año, le siguieron el Nottingham Forest, anunciando Panasonic (1980), el Arsenal con JVC (1981) y el Manchester United con Sharp (1982). El perfil mismo de las marcas anunciantes, todas fabricantes de televisores, es significativo4.

La publicidad en las camisetas, no obstante, tuvo como mayor –y en cierto sentido paradójico- oponente a las televisiones, que se negaban a emitir partidos en los que los contendientes vistieran camisetas manchadas. De este modo, durante las primeras temporadas de dicha década de los ochenta, los equipos asumían jugar sin marcas en los partidos que se televisaban. Los dirigentes del Coventry City intentaron evitar este boicot implicando el logo de la marca de coches Talbot en el diseño de su camiseta y pantalón para la temporada 81/82, en una equipación cuyo diseño, además, estaba firmado por la recién creada marca Talbot Sports. De este modo, el logotipo de Talbot, aún cuando no aparecía la marca explícitamente, era perfectamente reconocible. La jugada, empero, no salió bien y la BBC consiguió que el Coventry jugara con una equipación alternativa en los partidos que la cadena retransmitía. Finalmente, en 1983 la BBC admitió la posibilidad de la publicidad en la camiseta de los equipos de los que retransmitía partidos, estipulando unas medidas máximas para las mismas, en todo caso.

En esos primeros años de la década de los ochenta, como vemos, se dio el pistoletazo de salida a una tendencia que, hasta la actualidad no ha parado. Prácticamente la totalidad de los equipos europeos –con las excepciones significativas de Athletic de Bilbao y Barcelona, en España- asociaron tarde o temprano sus colores con el logotipo de una marca determinada.

El paso posterior que algunos clubes han dado responde a la lógica instaurada en aquellos primeros años de los ochenta. La pregunta, con respuesta obvia, era ¿por qué limitarse a la camiseta? Así, la publicidad ha ido invadiendo uno a uno todos los ámbitos de los clubes. De la camiseta, por ejemplo, se ha pasado al estadio. No son pocos los equipos europeos que han cedido el nombre de su casa, de su “templo”, al dios del dinero. El Reebok Stadium de Bolton, el Allianz Arena de Muncich, el Ono Estadi de Palma de Mallorca, el Emirates Stadium del Arsenal, en Londres, o el UPC Arena de Graz –anteriormente Arnold Schwarzenegger Arena-, son sólo un puñado de ejemplos de una tendencia al alza en estos momentos.

Pero no sólo ahí ha llegado la publicidad. Determinados equipos en crisis económica han optado por incluso adoptar el nombre de un patrocinador para la entidad. Así, nos encontramos con que en los últimos años muchos equipos de fútbol han tomado el nombre de marcas comerciales. En este aspecto, conviene diferenciar aquellos equipos históricos que desde su origen tienen el nombre de una empresa con aquellos que se han visto obligados a adoptar una marca como emblema debido a una crisis económica puntual. Entre los primeros nos encontramos con ejemplos ilustres como el PSV Eindhoven (1913) –cuyo nombre completo es Phillips Sport Vereniging Eindhoven y que toma el nombre de la empresa de telecomunicaciones holandesa Phillips- el Bayer Leverkusen (1904) alemán –que toma su nombre del gigante farmacéutico Bayer-, o el Cruz Azul (1927) mexicano –que hereda su nombre de la Cooperativa La Cruz Azul, fabricante de cemento-, por nombrar solamente tres. Son equipos que fueron fundados en su momento por los trabajadores de la empresa y que adoptaron el nombre de la misma. En esta misma línea se ubican determinados clubes de ligas de reciente creación, como algunas de las asiáticas, que si bien no son equipos fundados por los trabajadores de las empresas –esa imagen del fútbol como asueto para el trabajador, propia del s. XIX, se extinguió en el primer cuarto del s. XX-, sí son equipos de nueva creación que surgen en el entorno de esas empresas. Serían los casos, por ejemplo, de la mayoría de los equipos fundacionales de la K-League de Corea del Sur, como el Ulsan Hyundai Horang-i (1984) o el Daewoo Royals FC (1983) –actualmente Busan I`Park- creados por las empresas fabricantes de coches que les dan nombre.

El caso de los segundos es, empero, bien distinto. Se trata de clubes que tras una fuerte crisis económica son adquiridos por empresas comerciales que deciden rebautizar al club con su propio nombre. Esta es una tendencia que en los últimos años, debido a las grandes crisis monetarias que arrastran algunos clubes de ligas pequeñas, parece al alta. Ejemplos ilustrativos serían los del Xanthi Athletic Club (1967) griego, que tras casi desaparecer, fue comprado en 1991 por la empresa importadora de coches Viamar, que decidió dar el nombre de su principal producto, la marca Skoda, al club. Actualmente, éste es Skoda Xanthi. El escudo del equipo, que milita en la primera división griega, mezcla el clásico del club con el logotipo de la marca de coches. No es un caso aislado. El SV Austria Salzburgo, fundado en 1933, ha sufrido a lo largo de su historia varios cambios de nombre debido a su adquisición por parte de sendas empresas. Así, en 1978 pasó a llamarse Casino Salzburgo, debido a la compra del equipo por el famoso casino ubicado en el castillo de Klessheim. El club mantuvo este nombre hasta 1997, que fue rebautizado como SV Wüstenrot Salzburgo, tras ser adquirido por el grupo de servicios financieros Wüstenrot. En 2005, sin embargo, el club, que arrastraba un importante déficit económico fue comprado por el multimillonario Dietrich Mateschitz, creador de la bebida Reb Bull, que desde esa temporada pasó a denominar al mismo. Se da la particularidad que el Red Bull Salzburgo tiene un equipo homónimo, el Red Bull New York de la liga estadounidense, también propiedad del multimillonario austriaco.

Hay más casos que merecerían mención. El del Llansantffraid FC galés, que desde 1996 se denomina TNS (Total Network Solutions) Llansantffraid, en la medida en que es el primer club británico que toma el nombre de una marca comercial, es uno de ellos. Baste no obstante, con la serie de ejemplos mentados para subrayar la tendencia de la publicidad para hacerse con todos los ámbitos del mundo del fútbol. Una tendencia que, recordemos, ha llegado incluso hasta los mismos nombres de las competiciones. La copa que enfrenta a los campeones de cada continente, por ejemplo, anteriormente conocida como Copa Intercontinental, se denomina desde 1980 Toyota Cup. Asimismo, muchas de las ligas europeas toman sus nombres de determinados patrocinadores. La Jupiler League belga -Jupiler es una marca de cerveza-, la T-Mobile Bundesliga austriaca, la Axpo Super League suiza o la BWIN Liga de Portugal –patrocinada por la empresa de apuestas en Internet Betandwin- y, sobre todo, la Barclays Premier League inglesa y la Serie A TIM (Telecom Italia Mobile) son ejemplos de esto. Inglaterra es, en este sentido, un caso que habla por sí mismo. Si bien, como hemos dicho, el banco Barclays es quien da nombre a la primera división, las tres siguientes en orden jerárquico están denominadas por Coca-Cola, mientras que las diversas categorías regionales reciben el nombre de las empresas Blue Square, UniBond, British Gas Business, Ryman y un largo etcétera que se haría interminable de citar.

En España, aún cuando la Primera Divisón se llama oficialmente “La Liga”, en un claro ejemplo de intentar convertir el nombre de la competición en una marca propia, la Segunda División española se denomina desde hace un par de temporadas Liga BBVA.

La identidad revisada

El Manchester United no juega ya, pues, en la liga inglesa, sino en la Barclays Premiership. Si queda entre los cuatro primeros de la misma, se clasificará para la Champions League, cuya final se puede disputar en el Allianz Arena. En el camino a la misma, puede tener que enfrentarse al Skoda o al Red Bull. Si la vence, al año siguiente viajará a Japón para jugar la Toyota Cup, nada menos que en el Nissan Stadium de Yokohama. En fin, todo un popurrí de marcas comerciales necesario, sin duda, para las federaciones, clubes y todo el entorno de un fútbol que se ha convertido en un gigante que devora y genera dinero constantemente. Pero, ¿afecta esta omnipresencia de lo publicitario a fundamental identidad de los clubes que hace que el público se congregue en torno a ellos, sintiéndolos como propios? Como toda identidad, la de los clubes de fútbol –construida en torno a los relatos de la afición- es elástica, laxa. No es algo dado definitivamente que permanece inmutable con el tiempo, sino que está sujeta a cambios, variaciones constantes. Sin embargo, hay una fina línea que une todos los momentos históricos por los que la identidad de un club transita. Aún cuando es puesta en evidente peligro, como en el caso de los clubes que cambian de nombre por un determinado patrocinador, o que varían drásticamente los colores de sus camisetas por razones de marketing5, la identidad del club casi siempre sale indemne y se perpetúa en el tiempo. Sin embargo, sí hay momentos en los que la misma es revisada por cuestiones de mercado.

Tradicionalmente los clubes de fútbol están adscritos a una ciudad, pueblo o barrio. Con la irrupción de la globalización, sin embargo, esto se presenta como casi un problema cuando el mercado del club no tiene fronteras. Hoy los grandes clubes europeos tienen un gran nicho de mercado en la venta de camisetas y otros productos de marketing en la demanda del resto del mundo, sobre la procedente de Asia, donde el fútbol se está convirtiendo en un auténtico fenómeno social. Esto ha conducido a los clubes a realizar las célebres giras por lugares poco tradicionales en fútbol, como Japón, China o Estados Unidos, pero ha provocado más cambios. Cambios en el modo de leer la identidad de los propios clubes y de elaborar, consecuentemente, los relatos que en torno a los mismos se generan.

Un ejemplo muy significativo de esto fue el intento por parte de la anterior junta directiva del Real Madrid, presidida por Florentino Pérez de trascender la ubicación física de su club para hacer de él “un club a escala mundial”. Uno de los aspectos de esta estrategia de marketing era la de intentar consolidar el nombre de “el Real” para el equipo, por encima del tradicional “el Madrid” con el que se le conoce habitualmente en España. La razón, intentar ayudar a la identificación de cualquier hincha del club con valores que superaban el marco geográfico determinado por la sede del mismo. Mientras que Real Madrid o “el Madrid” identificaban al club con un lugar geográfico dado, “el Real” había de invocar valores universales: buen juego, excelencia en la gestión, etcétera.

El fenómeno de la desvinculación, siempre parcial, empero, con respecto a la ciudad en la que se ubica de un club se extiende cada vez más. El caso del Manchester United, supone un ejemplo inmensamente significativo de cómo se juega con el nombre del club para trascender los límites regionales. Los dirigentes del club de Manchester se dieron cuenta de que el mercado asiático suponía una fuente de ingresos importante, en la que se debían explotar todas las posibilidades de comercialización de todo tipo de productos. La cuestión que surgió era si un ciudadano chino, por ejemplo, se podía identificar con un club que en su nombre tiene una referencia a una ciudad que ni conoce ni, probablemente, conozca jamás. La localización del club en este sentido, podía ser un impedimento para el acceso pleno a un mercado geográficamente lejano a la ciudad de residencia del mismo. De este modo, en determinados productos de merchandising, se matiza el nombre del club adoptando abreviaciones como “Man Utd”, “ManU” o simplemente “United”, que resultan geográficamente más asépticas que el nombre completo de la entidad y que permiten un mejor posicionamiento del merchandising del club en el extranjero.

Porque, no nos olvidemos, el sueño de todos los dirigentes de los grandes clubes actuales, desde el Arsenal hasta el FC Barcelona es que sus equipos traspasen fronteras y si lo hacen en lo relativo al mercado, mejor. La pregunta es, ¿siguen siendo los clubes los representantes futbolísticos de barrios, ciudades o regiones?

Las Grandes Migraciones

La amarga respuesta que se suele dar desde el ámbito de la prensa deportiva es que no. Desde la entrada en vigor de la Ley Bosman todos los campeonatos profesionales europeos han sufrido un cambio en el perfil de los jugadores que participan en los mismos. Si antes de la sentencia Bosman cada equipo, dependiendo de las reglas de cada liga, podía contar en su plantilla con dos, tres o cuatro jugadores nacidos fuera de las fronteras del país al que pertenecía la liga, con el nuevo marco europeo esto ha variado. Excepto ilustres excepciones, como la del Athletic Club de Bilbao, hoy día cada equipo profesional cuenta en su plantilla con numerosos jugadores extranjeros. En este sentido, han dejado de ser ya noticia los equipos que afrontan determinados encuentros sin un solo jugador nacional. El Arsenal o el Inter de Milán, por ejemplo, pero también muchos otros equipos menores han presentado en más de una ocasión alineaciones compuestas exclusivamente por jugadores “de fuera”. Sin embargo, discrepamos del análisis que de este hecho realiza comúnmente la prensa deportiva. La identificación del hincha con el club históricamente nada ha tenido que ver con la procedencia de los jugadores que han defendido, en cada época, la camiseta del mismo. Las migraciones de jugadores han sido una constante desde la profesionalización del fútbol. Desde la entrada en vigor de la ley Bosman, es cierto, ha habido un salto cuantitativo en este sentido. Pero no cualitativo. En Inglaterra, cuna del fútbol moderno, por ejemplo, las transferencias de jugadores fueron desde el primer momento uno de los signos distintivos del fútbol, a diferencia de otros deportes como el rugby, por ejemplo. Los clubes que hacen de la procedencia de sus jugadores seña de identidad son muy pocos en el panorama internacional del fútbol. El Athletic de Bilbao, que cuenta exclusivamente con jugadores vascos en sus filas, y el Club Deportivo Guadalajara, el Chivas6, que sólo alinea mexicanos son dos de ellos. En todo caso, excepciones a una regla común que no atiende a la nacionalidad de los jugantes.

Si echamos un mínimo vistazo atrás, caeremos en la cuenta de que la carrera de la mayoría de las grandes estrellas de la historia del fútbol discurrieron lejos de sus lugares de nacimiento. A nivel de clubes, Maradona es recordado con la camiseta del Nápoles y la del Barcelona; Platini con la de la Juventus, Di Stéfano con la del Real Madrid; Cruyff con la del Barcelona; George Best con la del Manchester United. Es cierto que muchos otros nunca abandonaron su país de origen, pero también es cierto que la inmensa mayoría jugaron en equipos de otras regiones. Por más que Bobby Charlton, por ejemplo, sea recordado como un jugador del Manchester, el ilustre zurdo nació en Ashington, en el norte de Inglaterra.

Sí es cierto, no obstante, que determinados equipos pueden sufrir temporalmente un cambio en su identidad cuando tienen en sus filas a un gran número de jugadores de una determinada procedencia, atrayendo consecuentemente a una importante cantidad de público de esa misma procedencia. Son casos en los que en la localidad donde se ubica el club entidad hay una comunidad de inmigrantes establecida. Dos ejemplos significativos de esto son los del Lens francés y el Beveren belga.

El Racing Lens, es un equipo del norte de Francia, de una zona minera de la provincia de Pas-de-Calais. En la época de entreguerras, a esa localidad migraron un gran número de polacos en búsqueda de trabajo en las minas. A parte de jugadores que vinieron ya formados, muchos de los hijos de aquellos inmigrantes jugaron posteriormente en el equipo norteño. En sus filas triunfaron en aquellos años jugadores como Casimir Kozakiewicz, Jean y Michel Lewandowski, Jean Mankowski, Tomy Marek, Marian Jedrzejzak, Théo Skudlapski, Stephan Dembicki o Stephan Szymczak. Durante aquellos años, el Lens representó de alguna manera, en la competición francesa, a la inmigración polaca.

Mucho después, tras la ley Bosman, el Racing Lens fichó a un gran número de jugadores africanos o de ascendencia africana, hasta el punto de que fue el primer equipo de Europa que podría sacar al campo un once titular formado exclusivamente con jugadores africanos. Esto hizo que gran parte de los inmigrantes africanos de Francia tuvieran al equipo como su favorito. Estos dos momentos de la historia del Lens han determinado en parte, sin ninguna duda, que la entidad de Pas-de-Calais sea tradicionalmente relacionada con la izquierda política.

Otro caso similar es el de la reciente historia del KSK Beveren, equipo del norte de Bélgica. En la temporada 2000/2001 el técnico belga Jean-Marc Guillou se hizo cargo del equipo. Guillou firmó un contrato que vinculaba al Beveren con la escuela de jugadores que él mismo dirigía en Costa de Marfil, la del club ASEC Mimosas. Por este contrato, el Beveren se reservaba una opción de compra de los jugadores salidos de aquella escuela. El caso es que en dos temporadas, el Beveren pasó a tener en sus filas nada menos que dieciocho jugares marfileños, formando generalmente un once con diez marfileños y un letón, el defensa central Stepanovs. Esto hizo que la importantísima comunidad de origen africano que vive en Bélgica viera en el Beveren algo así como su representante en la competición de fútbol.

Aún cuando la política de contrataciones que el Beveren tuvo bajo la dirección de Guillou fue durísimamente criticada por la prensa belga -no sólo la deportiva-, que quiso ver en la misma el mayor exponente de los problemas que el fútbol belga arrastra en los últimos años, deficitario de público e interés, no podemos sino señalar que el caso del Beveren es uno de los primeros de una tendencia que en los próximos años se verá sin duda acentuada. Actualmente el fenómeno de las migraciones está en auge e históricamente se ha dado que las comunidades de inmigrantes han formado en los países receptores sus propios clubes. Son los casos de la Portuguesa, en Brasil, de la Unión Española y el Audax Italiano en Chile, el Deportivo Español en Argentina, el Lusitanos francés o el Yesilyurt Spor Klubu, de Berlín, ya comentados en otro artículo de este mismo volumen7. Con el cambio de perfil de los ciudadanos de cada ciudad se dará un cambio en el perfil del público y, probablemente, también de los jugadores.

En este sentido, y para finalizar, el efecto de migración masiva de jugadores de unas ligas europeas a otras, puede ser visto como una consecuencia que para el mundo del fútbol tiene el reciente mapa político de Europa. Quizá ya no tenga sentido un fútbol propiamente nacional, cuando, como hemos visto el marco en el que se juega a este deporte ya no es el de cada país. Igualmente, la profusión de marcas patrocinadores, que difumina la pertenencia de cada liga a cada país, la revisión que desde dentro se hace de la propia identidad de los equipos y la dependencia económica que del mercado global tienen los clubes para mantenerse vivos, sean también consecuencias de este nuevo marco del fútbol. Quizá así se puedan entender las palabras de Michel Platini, presidente de la UEFA, cuando afirmaba que “nuestro deporte se sitúa en la vanguardia de los esfuerzos para crear una mentalidad europea”. Para bien y para mal.