Papel manchado

MIGUEL GUTIÉRREZ

Hay leyendas urbanas tan irresistibles que merecen tratamiento de realidad. Como la de aquel periódico que, cada vez que necesitaba cubrir un puesto en su redacción, convocaba a los más prometedores licenciados en periodismo y les sometía a una sencilla y a la vez compleja prueba: redactar en quince minutos cien líneas sobre Dios. El empleo estaba reservado para el candidato que, mientras el resto se lanzaba a plasmar sobre el papel sesudas tesis plagadas de referencias literarias, levantaba la mano y preguntaba: "¿Cien líneas a favor o en contra?".

Sólo es un viejo chascarrillo, pero... ¿acaso no podría ser cierto? Porque ilustra a la perfección buena parte de las miserias de la profesión periodística, la sumisión a determinados intereses, de muy diverso tipo, y el consiguiente recorte de libertad. Sucede en todos los medios, grandes o pequeños, impresos o audiovisuales, y en todas las especialidades: diarios generalistas, locales, económicos... Y, por supuesto, en los deportivos.

La información deportiva tiene mala prensa. Con frecuencia debe cargar con el sambenito de género menor, cuando no de subproducto. Se le acusa de discriminar el rigor frente al sensacionalismo, la noticia frente al rumor; de redactar textos pobres y de abusar de los tópicos; de subsistir a base de declaraciones anodinas motivadas por preguntas anodinas; de retorcer el titular a cualquier precio. Acusaciones que, en la mayoría de las ocasiones, y por desgracia, no carecen de fundamento. Pero lo cierto es que el resto de secciones incurren a menudo en los errores gramaticales y tampoco son, precisamente, modelos de objetividad e independencia. Como si la crónica política destacara por las extraordinarias declaraciones de sus protagonistas, o como si las páginas de cultura y economía estuvieran libres de todo interés comercial.

No. Esa letanía de males no es monopolio del periodismo deportivo, aunque sin duda éste constituye un magnífico ejemplo. Otros vicios, en cambio, sí son endémicos de la especialidad. Es el caso de las interminables listas de fichajes: noticias difusas, cuando no falsas, que rellenan meses y meses de portadas (pues la práctica ya no se limita al verano); o, por citar otro ejemplo, del tratamiento que se da a las actuaciones de los árbitros, auténticos antagonistas que sirven para expiar las culpas de los héroes, muchos de ellos intocables.

En España, hablar de periodismo deportivo es hablar de fútbol. La sobredosis de deporte rey invade aproximadamente dos tercios de las páginas de los diarios y de los minutos en radio y televisión. Esto muchas veces raya en el desprecio a otras disciplinas, que padecen una cobertura deficiente. En los últimos campeonatos del Mundo de Natación, celebrados en marzo de 2007 en Melbourne (Australia), Marca, el diario más leído en España, no tuvo a bien desplazar a ningún enviado especial a la cita, que fue despachada con unas cuantas piezas informativas datadas en Madrid y los siempre socorridos teletipos de la agencia Efe. Mientras, el diario ilustraba a todo trapo en sus portadas asuntos como el álbum de fotos familiar de Cristiano Ronaldo, uno de los supuestos objetivos del Real Madrid para la siguiente temporada. Su competencia, As, alternaba en sus primeras al propio Ronaldo con Kaká, y mientras, en Barcelona, Mundo Deportivo y Sport elaboraban listas con los nombres que barajaba el Barça: Henry, Ribèry, Robben, Terry, Lampard...

El procedimiento que sirve para explicar fenómenos como la “telebasura” también puede aplicarse en este otro mercado mediático: "Hay que dar a la gente lo que quiere". Es la máxima imperante, que da pie al eterno debate con forma de círculo vicioso: ¿realmente se dejan gobernar los medios por la voluntad de sus lectores? ¿O será, al revés, que el lector sólo puede consumir lo que se le ofrece? Aunque la pregunta admite opiniones muy diversas, hay algo que no arroja duda: es más fácil considerar al público un mero receptor que apelar a su inteligencia e intentar inculcarle nuevas inquietudes. Es más fácil dedicar una portada a las intrascendentes fotos del Cristiano Ronaldo alevín (por mucho esfuerzo que haya invertido el redactor en obtenerlas) que apostar por una buena cobertura de los mundiales de natación que, tal vez, podría llevar a alguien a interesarse por ese deporte.

Una frase del director de As, Alfredo Relaño, sintetiza perfectamente el funcionamiento de la industria: "Los periódicos deportivos se sustentan por el Madrid y el Barça. Además, hay un calendario tremendo que te arma el periódico durante diez meses, y en verano vendemos más porque tenemos la expectativa de los fichajes". Cesc, Kaká, Robben, Adriano, Drenthe, Dani Alves, Gabi Milito, Drenthe, Toldo, Chivu, Quaresma, Sneijder, Iniesta, Nasri, Lucho González, Ballack... Todos estos nombres, por remitirnos sólo a los que aparecen en portada, fueron relacionados de una u otra manera con el Real Madrid por As y Marca el pasado verano de 2007. El periódico no puede dejar de salir. Se trata de manchar cada día una determinada cantidad de papel: 40, 48, 56 páginas... Las que sean. Y como sea.

Un diario deportivo no es ni más ni menos que un producto de masas que se vende en el quiosco al precio de un euro la unidad. Su público objetivo (no confundir con su público real) es un lector poco exigente, a menudo más interesado en leer buenas cosas sobre su equipo que en conocer la verdad. El periódico es, ante todo, una empresa cuyo objetivo es obtener beneficios. Informar verazmente es sólo una de las formas de conseguirlo. Y con demasiada frecuencia no resulta la mejor. Para hacer carrera, conviene enterarse desde el principio de si Dios juega en el Real Madrid o en el Barcelona.

En periodismo deportivo, está comprobado, hay dos cosas que venden por encima del resto: la ilusión y la polémica. Difícilmente un aficionado comprará un periódico que no le recuerde a diario que su equipo es el mejor, o que dedique más páginas a otros. Si el actual modelo de los medios se sustenta, precisamente, en dar al lector lo que quiere leer, en el caso de la prensa deportiva, dirigida a forofos, el esfuerzo es más acentuado. Porque... ¿qué es un forofo? Alguien que cree a pies juntillas que no hay un equipo mejor que el suyo; que sus dirigentes son modélicos; que sus futbolistas son adalides de los grandes valores del deporte y que el rival es la viva encarnación del mal. Y hay que dárselo bien mascado.

Hay quien encuadra a la prensa deportiva en la categoría de 'infoshow' o 'infotainment', una mezcla de información y entretenimiento en la que el periodista pierde su esencia y se pliega (en muchos casos de forma gustosa) a las exigencias del nuevo medio. Una industria con todas las letras. Algunos han de ceñirse al guión que les marca sus empresas, que en los últimos años parecen empeñadas en fomentar la figura del periodista bufandero, aquel que escribe con el escudo de su equipo por delante y se encarga de suministrar al lector unas cuantas forofadas que podrá repetir a modo de argumentos junto a la barra del bar o en la oficina, como si fueran de su cosecha. Los periodistas dejan de ser transmisores de la actualidad para convertirse en sus motores.

A diario pueden encontrarse ejemplos: noticias, titulares, fotografías, viñetas, gráficos... Un arsenal destinado a activar las pulsiones básicas del lector menos exigente, el que conforma la base de las ventas del periódico. No se trata de contemplar argumentos y alcanzar una conclusión, sino de anticipar una veredicto (favorable a nuestro equipo, por supuesto) y buscar luego las justificaciones. Y a veces, ni eso.

En agosto de 2005, el Real Madrid reforzó su plantilla con la contratación de dos atacantes brasileños: Robinho y Julio Baptista. Días más tarde, el 6 de septiembre, el diario barcelonista Sport elaboró una portada en la que ambos futbolistas aparecían junto a la gran estrella azulgrana, Ronaldinho, en la concentración de su selección. El titular de la portada era "Vale por dos", y en el subtítulo, por si alguien no había captado la idea, podía leerse: "Ronaldinho, mejor que Robinho y Baptista". Sin más argumentos. As devolvió la moneda dos veranos más tarde, tras la disputa en Venezuela de la Copa América 2007. Robinho, precisamente, fue elegido mejor jugador del torneo en detrimento, entre otros, del barcelonista Leo Messi. Así pues, el 17 de julio, y junto a una enorme foto de Robinho desplegando una bandera brasileña, As tituló: "Robinho mejor que Messi".

El propio Relaño repite con frecuencia en sus columnas una curiosa teoría: Madrid y Barça son vasos comunicantes: "Cuando uno crece, el otro mengua, porque la confianza se traslada". Y ese efecto se aprecia no sólo en el césped, sino también en el quiosco. El triunfo es época de soberbia, de sacar pecho y hacer sangre con el rival. En el otro extremo, la derrota es terreno abonado para el victimismo.

Como en un negativo fotográfico: lo que al hablar del equipo rival es negro (o azulgrana) se convierte en blanco cuando hablamos del nuestro, y viceversa. Un buen ejemplo son las giras asiáticas que, desde comienzos del siglo XXI, acostumbran a realizar en pretemporada algunos equipos españoles. El pionero fue el Real Madrid, y eso le valió una serie de descalificaciones de la prensa barcelonista, que vio en aquella aventura una idea faraónica: "Esperpéntica pretemporada", "gira de locos", "locura del club", "codicioso afán por llenar las arcas"... Por supuesto, todas estas expresiones dejaron de utilizarse cuando, algún verano más tarde, el FC Barcelona empezó a organizar sus propias giras por tierras lejanas. Ahora, esos mismos diarios cuentan la pasión que despierta Ronaldinho en Asia o Estados Unidos, los llenazos en los estadios para ver al Barça y el elevado caché del club, que recauda unos ingresos importantísimos. Por supuesto, ahora son los periódicos rivales los que se encargan de glosar el despropósito de las giras azulgranas, el caos organizativo y el descontento de una plantilla castigada por los rigores del jet lag.

El blanco y el negro de estos negativos fotográficos se aprecia con mayor nitidez en la eterna polémica arbitral. El fútbol, tal como hoy lo conocemos, no podría sostenerse sin los árbitros. Los diarios deportivos, tampoco. Más allá de su labor propiamente dicha, los colegiados cumplen, muy a su pesar, una ingrata función: servir de válvula de escape de todo aquel que lo necesite. Sobre sus espaldas recae la responsabilidad que directivos, jugadores y entrenadores se niegan a asumir cuando vienen mal dadas. Éstos, para ponerse a cubierto, encuentran la ayuda de la prensa. Una mala actuación arbitral es un "error humano" o un "complot" según a quién perjudique o a quién beneficie. Justo lo que el club quiere transmitir. Justo lo que el forofo quiere leer.


No hace falta rebuscar mucho. El tramo final del último campeonato de Liga es un buen ejemplo. En la jornada 30, el Madrid cayó derrotado (2-1) en campo del Racing de Santander. El árbitro, Turienzo Álvarez, expulsó a dos jugadores madridistas y señaló dos penaltis que los cántabros aprovecharon para remontar el 0-1 y ganar el partido. El director deportivo del Madrid, Pedja Mijatovic, lamentó al acabar el choque que estaban sucediendo "cosas raras". Al día siguiente, Marca dedicó su portada al colegiado. Junto a su fotografía, como si de un forajido del lejano Oeste se tratara, podía leerse: "Esta es la cara del hombre que aleja al Real Madrid de la Liga". Sólo faltaba cuantificar la recompensa. El diario As, por su parte, desenterraba una vez más su propia teoría de la conspiración, según la cual el Barcelona ha cimentado todos sus éxitos recientes no sólo en sus excepcionales futbolistas, sino también en la complicidad arbitral. El mensaje de Mijatovic estaba debidamente amplificado. Y en estéreo.

Los diarios de Barcelona se felicitaron por la derrota blanca y no dieron importancia a la influencia arbitral. Al contrario, Mundo Deportivo subrayó el "valor" del árbitro por atreverse a señalar dos penaltis en contra del Madrid. Muy distinta fue la reacción de este periódico pocas semanas después, cuando los blancos recibieron al Deportivo en la jornada 36 del campeonato. El madrid ganó con autoridad (3-1), pero el primer gol llegó tras un balón que su delantero Ruud van Nistelrooy palmeó con la mano. As y Marca, evidentemente, no publicaron la foto del árbitro en portada ni sacaron a relucir ningún complot. Quienes hicieron eso, efectivamente, fueron Sport y Mundo Deportivo, los mismos que sólo unas semanas atrás habían criticado los llantos de sus colegas de Madrid. "Basta ya con el rollo de los errores humanos. No cuela", escribía el subdirector de Mundo Deportivo, Francesc Aguilar. Sport, en un calco de la citada portada de Marca, incluía el rostro de dos colegiados, Fernández Borbalán y Pérez Burrull (árbitro del Barcelona-Getafe al que también se acusaba de adulterar la Liga). Junto a su foto, al estilo de 'Los criminales más buscados de América', podía leerse "Los árbitros votan en blanco. Sus actuaciones pueden beneficiar al Madrid en el final de Liga".

Los árbitros: sufridos profesionales cuando las cosas van bien, sicarios de Satán si vienen mal dadas. Algo que se puede comprobar en estos virajes del editor de Sport, Josep Maria Casanovas, y Alfredo Relaño, los grandes ideólogos del barcelonismo y el madridismo, respectivamente:

"Sólo faltaba el robo al Valencia del domingo, con un penalty inexistente pitado en el último minuto, para certificar que el Madrid goza de todos los apoyos oficiales habidos y por haber. Por unos momentos, fue como si el tiempo diera marcha atrás y nos devolviera a la época de la dictadura, cuando desde el palco se apretaba el timbre del ordeno y mando. [...] El Madrid sigue siendo el equipo del Gobierno, incluso más que nunca. [...] Mal asunto éste de los odios y los agravios comparativos generados por errores arbitrales que, por repetitivos y siempre con el mismo destinatario a favor, cuesta creer que sean sólo fallos humanos". [Sport, 17 de febrero de 2004, Josep Maria Casanovas]

“Discutir un penalty de más o de menos cuando el torneo consta de 38 jornadas es absolutamente mezquino. Ellos [el Real Madrid], que han sido durante muchos años el equipo del Gobierno, antes de la democracia y también con el PP de Aznar, son los menos indicados para quejarse a estar alturas de los errores de los colegiados, que existen pero que son más o menos equitativos para todos”. [Sport, 28 de abril de 2005, Josep Maria Casanovas]

"No deja de ser curioso que en este sprint final del campeonato, los árbitros recuperen viejas costumbres de favorecer al Madrid siempre que lo necesita. El primer gol estuvo precedido de una mano flagrante de Van Nistelrooy que el señor de negro no quiso ver". [Sport, 27 de mayo de 2007, Josep Maria Casanovas]

"Hay para todos y a la larga todo se equilibra. Y el victimismo castiga sobre todo al que lo practica, porque ofrece justificaciones para bajar los brazos (…) La Liga está preparada para que cada cual quede en su sitio, según su talento y su trabajo. El Madrid iba primero y ahora va para cuarto por su mala cabeza, no por tal o cual penalti bien o mal pitado". [As, 18 de mayo de 2004, Alfredo Relaño]

"Delgado Ferreiro quiere hacer carrera, y seguramente la hará, porque sabe lo principal: cómo equivocarse. No se trata de no equivocarse, sino de saber cómo equivocarse en caso de hacerlo. Se trata de equivocarse de manera que no moleste, sino a ser posible lo contrario, a tus jefes. Y a Sánchez Arminio y a Villar raramente les va a molestar que al Barça le saques de un apuro. [...] Se juega mejor con tantas protecciones. Los baches con arbitrajes protectores son menos baches". [As, 29 de enero de 2007, Alfredo Relaño]

Este último párrafo contiene las líneas maestras de lo que se ha dado en llamar "El Villarato"; es decir, la teoría de la conspiración empleada por el diario As para justificar las victorias del Barça en los últimos años a los ojos de sus lectores madridistas. Un argumento victimista en el que los indicios se emplean como pruebas.

En Sport y Mundo Deportivo, a diferencia del contemporáneo Villarato, las raíces del victimismo se hunden en las últimas décadas de la historia de España. Ambos siguen explicando a sus lectores que el Madrid gana sus partidos gracias a los árbitros y, si se tercia, hasta se saca a relucir la figura del fallecido dictador Francisco Franco. Todo vale. Puede incluso suceder que tengamos la inofensiva intención de desayunar leyendo el periódico y que, de sopetón, entre el café y el cruasán se cuelen expresiones como "nacionalmadridismo" y "nacionalculerismo", imágenes poco afortunadas empleadas respectivamente por Santi Nolla (director de Mundo Deportivo) y Tomás Guasch (subdirector de As) para dotar al odiado rival de lo único que le faltaba: tintes hitlerianos.

Hay quien opina que "la salsa del fútbol" está en la polémica y la discusión de bar. Por supuesto, sin ese picante de la rivalidad, el fútbol no sería el fabuloso pasatiempo que hoy conocemos. El problema es cuando el periodismo desciende a la barra del bar, se hace fuerte junto a ella y no hay más salsa que esa. Cuando un periódico desprecia al lector inteligente, no hace más que despreciarse a sí mismo. Comparar al Madrid o al Barcelona con el partido nazi no es ninguna "salsa". Es pura y dura infamia.

La gran pregunta es: ¿tendría éxito un diario aséptico? ¿Cuánta gente compraría un periódico que no esté siempre dispuesto a terciar en cualquier polémica a favor de su equipo o que, cuando eliminen a éste de la Champions en febrero, no le anuncie al día siguiente los cinco cracks que van a fichar el próximo verano? Con lo caro que está el papel, ¿sería un proyecto rentable?

Hasta que alguien consiga reunir el atrevimiento y el dinero necesarios para responder a estos enigmas, lo único que podremos saber, a falta de alternativas, es que al parecer manchar páginas es más sencillo que intentar aproximarse a la realidad con rigor. Probablemente, también menos ingrato. Afortunadamente, las vías de acceso a la actualidad se siguen multiplicando y el lector puede decidir, cada vez más, cómo y cuándo acceder a la información. Y, aunque ésta siga siendo patrimonio de unas cuantas empresas, jamás fue tan fácil leer, comparar y filtrar. La gran esperanza está en las nuevas generaciones. Tanto en los periodistas como en los lectores.